El hábito del perdón
El pasado es importante. De él nos alimentamos para aprender y vivir en el presente. Nuestra historia personal es un relato de todo aquello que ha resultado importante en nuestras vidas. Negarnos a reconocer nuestra historia personal de vida nos impide conocer quiénes somos o aprender lo que podemos mejorar. Pero el pasado está muerto, ha transcurrido, ha quedado atrás en nuestra vida con su carga de dolor o alegría. Al ubicar lo pasado como lo que es, se abre la puerta del presente eterno, que podremos vivir tal como aparece.
Tratar de vivir el presente sin aceptar que el pasado terminó por no aprender de él o por no poder perdonar significa estar muerto en vida y, por tanto, desaprovechar la oportunidad de ser felices en esta tierra. El perdón es la llave para liberarnos del pasado y experimentar a plenitud el presente.
Sin embargo, el perdón implica la faceta difícil de extinguir el hábito de albergar odio, rencor o culpa en nuestros corazones. Empieza con la cesación del nocivo hábito de juzgar a los demás para, en cambio, convertirnos en testigos silenciosos del presente. El hábito del perdón nos invita a ver a los demás como hijos del gran arquitecto universal, quienes por su nivel de conciencia, como testificó Jesús, no sabían lo que hacían. Michel Bachelet perdonó a los asesinos de su padre en la dictadura de Pinochet, y Nelson Mandela pudo perdonar 27 años de encierro y vejaciones para emprender un camino de reconstrucción social con todos.
las personas y los Estados deben estimular un ambiente en el que pueda florecer espontáneamente el perdón en los corazones de las víctimas, porque el perdón no se decreta: es un hábito virtuoso que nace en condiciones adecuadas que nos corresponde a todos construir.
Felices y libres, quienes pueden expresar de corazón su sincero perdón a los demás por el dolor padecido. El hábito del perdón nos libera, produce sanación espiritual y nos otorga la paz interior que finalmente abre la puerta a la paz social y a la felicidad general.